sábado, 8 de noviembre de 2014

Me vienen a buscar a casa, para tomar unas cañas, así que cuento con el tiempo de que suene el timbre. No pasa nada, despacio. Hace mucho que no escribo. Sigo en el Desierto de Sonora, pero trabajo en el Bronx. No me va a dar tiempo ni escribir todo en minúsculas. La subversión se va por el desagüe. Ganará podemos y yo siento que me vuelvo de derechas, con la vergüenza inherente, el egoísmo, todo eso, merde. Hago bizcochos, me salen mal. Trabajo en el Bronx y todas las semanas salgo llorando del colegio. Hablaba el jueves con mi novio sobre nuestros padres, nos decíamos que eramos peores que ellos, llenos de inseguridades, seguíamos siendo temerosos, inútiles y muy egoístas. Qué bonito es cuando llega un pedido de libros a casa. Qué tristes los niños que ya conocen el valor del cobre. Interstellar, mucho lirili y poco lerele. Me compré una casa. Me asusta perderla. Son meses de mierda, quiero que mi madre mi abrace. Mi padre no sirve, tan generoso, no sirve porque las madres son lo único que cuenta cuando te hieren en la guerra. Hospital Carlos III. Gamonal. El jardín de los cerezos. Llaman al timbre. No foto, como en el vaticano.