Loli se moría de miedo. Nada más meterse en el pinar, justo después de salir del Rio, se había dado cuenta de que algo la estaba persiguiendo. Sabía que se trataba de unos de estos seres que matan animales, cortan arboles y construyen cosas. La forma de correr y de ocultarse entre arbustos y arboles le pareció tan torpe que no podía pertenecer a ningún habitante del bosque.
No le extrañaba el hecho de que él la estuviera persiguiendo, le sorprendía que él pudiese verla. Ser hada le confería tres grandes ventajas: podía volar y hacer que los objetos levitasen, podía leer el corazón de todo aquel que tuviese uno y podía hacerse visible solo para quien ella quisiese.
Cuando se metió en la casita sabía que no había sido una buena elección, que allí estaba atrapada, pero no podía volar más. Estaba cansada.
Se sentó en una esquina y se centró. Empezó a esforzarse para hacerse invisible, para que él no pudiese verla. Miraba hacía fuera y cada neurona de su cuerpo trasmitía el mismo mensaje a todas las células: hazte invisible. De repente una enorme cara se acercó para mirar por la ventana. Loli pensaba que el corazón le iba a estallar. Unos ojos la observaron incrédulos durante unos minutos. Loli se sentía perdida y desesperada… “¿Pero por qué puede verme?” “¿Como lo consigue?”. Aquellos ojos desaparecieron de su vista, se habían alejado de la casita. La Loli temblaba, miraba hacía la ventana y se esforzaba para leer el corazón de aquella enorme creatura que seguía allí fuera, justo a un paso de ella. Nada… sentía muy poco, no tenía acceso ni a la tercera parte de ese corazón.
Aun así pudo sentir algo, aquel ser la iba a matar.
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