jueves, 11 de noviembre de 2010

Nachete y Nachete.

cuarto_de_Van_Gogh

Nacho vuelve a su casa y antes de abrir la puerta coloca en una esquina del patio la pesadez de un día de trabajo más. Allí fuera, en un rincón, se van a quedar bien ordenados, uno en cima de otro, el stress, las responsabilidades, las prisas, lo que ha hecho y lo que queda por hacer; hasta la mañana siguiente.

Abre la puerta, la vuelve a cerrar detrás de sus hombros y encuentra su casa vacía. Se quita la corbata, la chaqueta, deja sus cosas en cima de la la mesa y se tira al sofá. Cierra los ojos, sueña. Sueña con ella. Lleva toda la vida soñando con “ella”. Todo lo que ha estado buscando por fin tiene cara, alguien que huela a bar por la noche y a pan tostado y zumo de naranja por la mañana. Alguien con quien reírse de si mismo, que se meta con él, que le vacile. Alguien a quien proteger. Nacho se siente feliz.

Dormido, extasiado por el color de sus sueños, seguiría en el sofá si no fuera por el perrito de la vecina, “¡Maldita rata, para de ladrar!”.

Son las nueve de la noche y Nacho se mueve por su casa, de un cuarto a otro constatando los restos de una comida para dos. Cierra los ojos y sonríe.

Algo en el estomago le recuerda que este estado de felicidad tiene un efecto secundario: “echar de menos”; pero Nacho es consciente y lo gestiona, hace como si no tuviera miedo. Sabe que tiene que parecer fuerte, que al fin y al cabo lo es.

Nacho suspira y empieza a recoger.

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